Baldomero Lillo en su célebre “Subterra” describe las extenuantes jornadas de trabajo minero a principios del 1900: “Un calor sofocante salía de la tierra calcinada, y el polvo de carbón sutil e impalpable adheríase a los rostros sudorosos de los obreros que apoyados en sus carretillas saboreaban en silencio el breve descanso que aquella maniobra le deparaba”. Más de un siglo nos separa de aquella elocuente visión del escritor lotino y aunque han mejorado las condiciones de trabajo, enfrentarse a los elementos de la tierra interior sigue siendo una tarea de valientes. El calor cerca de los mantos de carbón puede sobrepasar los 40ºC, en estos lugares el trabajo es muchas veces en cuclillas, en posiciones muy incómodas y el aire siempre tiene una gran cantidad de polvillo de carbón que permanecerá en cada centímetro de piel expuesta como una suerte de oscuro mimetizaje natural.
La historia del carbón en Chile partió en Lota por el año 1852 y su precursor fue el empresario Matías Cousiño, más tarde se uniría Federico Schwager los que dieron vida a la Carbonífera Lota-Schwager, precursora de Enacar, cuyo principal accionista fue desde 1970 la estatal CORFO. En su época de apogeo (1979-1981) la carbonífera llegó a producir anualmente alrededor de 500 mil toneladas pero su talón de aquiles eran los altos costos de producción.
Hacia 1996 la tonelada de carbón tenía un precio de venta de 140 dólares, por su parte el carbón importado llegaba a unos 57 dólares. Por esta razón (y por las paralizaciones en busca de mejores condiciones laborales) Enacar se vió obligada a cerrar paulatinamente sus operaciones en Lota, Curanilahue y Lebu durante el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, dejando a cientos de mineros cesantes y poniendo fin a una historia de 161 años.
Si bien existió un plan de reconversión laboral, éste fue difícil de implementar. Pedirles a los mineros que se dedicaran a trabajar en otra cosa fue casi inapropiado. Hubo quienes se atrevieron y montaron emprendimientos en la zona, otros se fueron y algunos siguieron el oficio en los pirquenes, minas de carbón con producción a baja escala. Es aquí donde nacen estas fotografías, en estos lóbregos socavones bajo los cerros de Lebu, donde aún es posible viajar en el tiempo (y no me refiero a la atracción turística de visitar el Chiflón del Diablo en Lota) para admirar el esfuerzo de estos hombres (no he visto mujeres) que prefieren el riesgo de un derrumbe o contraer enfermedades como la silicosis y neumoconiosis, a optar por un trabajo en la pesca artesanal o en la agricultura.
El valor actual del carbón es de 150 dólares por tonelada. Los expertos aseguran que el carbón chileno es de mejor calidad y tiene mayor caloría que el extranjero (colombiano) pero el contenido de azufre es mayor. El carbón nacional “casi prende solo”, su punto de fusión es muy alto y por esta razón no necesita petróleo para su ignición.
Después de recorrer un kilómetro de galerías junto a Heleno, el jefe de mina, nos adentramos en las profundidades de este “encierro donde el sol nunca ha llegado” (Selva Chacra y Socavón, de Víctor Aranda). Mientras más bajamos, más difícil resulta respirar. El viaje por las húmedas y oscuras galerías me permite ver el desfile de las distintas especialidades mineras: barretero, tratero, huinchero, colchador, enmaderador, disparador, entre otras. Los rostros sonrientes me hacen sentir bienvenido en esta nueva aventura que para mí en realidad comenzó el año ‘99 cuando hice mi primera bajada.
Son las 10 de la mañana, Juan y David están hace horas en su habitual jornada de extracción en la Mina Trinidad. Sus rostros se muestran manchados, sudorosos y me saludan sonrientes en medio del ruido de las labores. En estos laberintos subterráneos, la ventilación es bastante deficiente lo que provoca que mi cámara y sus lentes se condensen, una pequeña molestia que aprendo a sobrellevar. La misión de estos hombres en teoría parece simple: trasladar el carbón hasta la superficie, pero el éxito de esta misión conlleva una gran cantidad de variables con un implícito factor de sacrificio y riesgo que en varias ocasiones ha vestido de luto las familias mineras. El año 2005 se produjo en la Mina Fortuna -perteneciente a Carvile- una explosión de gas grisú que costó la vida a cuatro mineros y dejó 56 heridos.
La minería del carbón en Chile, vive sus últimos días. Edgard Salgado, empresario minero con base en Lebu dice: “Es probable que debido a las cada vez más exigentes regulaciones medioambientales, al sector le queden 6 o 7 años”. Edgard, quien estudió Ingeniería en Geomensura, sólo espera que los más de 180 mineros que actualmente trabajan en “La Trinidad”, mina de su propiedad, terminen sus días como mineros bien jubilados “no quiero dejarlos botados”, asegura. Su objetivo es hacer más eficiente su producción: más carbón a menor costo. Edgard es lebulense y como tal su conocimiento del sector es además empírico. Cuando vió que en Lebu existían las reservas más grandes de carbón de Chile, “Reserva Esperanza”, invirtió el dinero de su primer automóvil en los primeros tramos de lo que se convertiría en la actual Mina Trinidad, en la entrada norte de Lebu. También atribuye la fatiga del sector a empresarios locales que al establecer un monopolio compraban el carbón muy barato, “así la minería fue muriendo, no hubo manera de que los pirquineros pudieran seguir por este tipo de maltrato”. No cuesta imaginar entonces por qué esta actividad se encuentra destinada a desaparecer, éste es el fin de una era de más de 160 años que levantó ciudades y pueblos y que nutrió generosamente la vida, la vida de los hijos del carbón.

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